Una monja anciana, de la que se dice que tiene 800 años, le concede el don de la inmortalidad mediante unos gusanos llamados kessenchû, que le curan cualquier herida y hasta restauran miembros amputados aunque la amputación haya sido hace horas.

Una monja anciana, de la que se dice que tiene 800 años, le concede el don de la inmortalidad mediante unos gusanos llamados kessenchû, que le curan cualquier herida y hasta restauran miembros amputados aunque la amputación haya sido hace horas.

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